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Foto del escritorMeire Rastelli

Tenemos que hablar del tema ambiental

Actualizado: 23 nov 2023

Recientemente pude escuchar parte de la conversación entre un empleado de la tienda y un cliente, personas de unos 40 años, probablemente con algunos años de educación formal. Hablaron sobre el cambio climático. Al decir que tenemos la culpa de lo que estamos viviendo actualmente en Brasil - contraste entre las lluvias torrenciales en Bahía, que causan muertes y daños materiales, y la sequía en Rio Grande do Sul, con destrucción de plantaciones y daños a la supervivencia humana y animal, el cliente se corrigió, cambiando el "nosotros" por el de seres humanos, tal vez como una forma de decir "son los demás, no tú y yo". Esto nos lleva a pensar que la difusión de información es fundamental, empezando por las que nos cuentan cómo llegamos aquí, cómo se ha llevado esta discusión por parte de los países.


Si hoy el tema del clima global forma parte de las conversaciones de los ciudadanos comunes, la preocupación ya afloraba en la Antigua Grecia, con debates sobre la posibilidad de que el dragado de lagos y la deforestación influyeran en el proceso de lluvias. La admisión de que la humanidad podía cambiar el clima del planeta adquirió base científica en 1896, con Svante Arrhenius y la publicación de un artículo en el que planteaba la posibilidad de calentar la temperatura media global con la adición de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. En ese momento, la industrialización se estaba desarrollando rápidamente y las conclusiones de Arrhenius no tuvieron suficiente publicidad como para causar repercusiones.


Vivimos en una época de negación en varias áreas, incluida la climática, a pesar de que la ciencia ha advertido sobre el calentamiento global desde la década de 1950, todavía como una posibilidad a muy largo plazo. Dos estudios científicos publicados marcaron cambios en la posición de los científicos sobre el tema: el primero, de Roger Revelle, en 1957, demostró que el océano no era capaz de absorber todo el dióxido de carbono que produce la humanidad, lo que provocaría un aumento de la temperatura. y, en 1960, Charles Keeling demostró el aumento del volumen de ese gas en la atmósfera.


Con la creación de la Organización de las Naciones Unidas - ONU, los países comenzaron a tener un organismo multilateral en el que se discutieran de manera conjunta los problemas globales, pero fue recién en 1972, con la Conferencia de Estocolmo, que se iniciaron las discusiones internacionales sobre el tema ambiental, con la participación de 113 países, que abordó temas como la contaminación de aguas y suelos producto de la actividad industrial y la presión del crecimiento demográfico sobre los recursos naturales.


El Protocolo de Montreal fue firmado en 1987 y adoptado por 197 países y su objetivo era la reducción de los gases CFC (clorofluorocarbonos), uno de los principales responsables del agotamiento de la capa de ozono.


Así, un largo proceso nos llevó a 1988, año en que el calentamiento global pasó a ser visto como un problema real a enfrentar, pero la oposición de las petroleras y negacionistas impidió la divulgación completa de los hechos y la toma de decisiones por parte de los gobiernos. El año 1992 marca la creación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), dando inicio a las reuniones anuales de la Conferencia de las Partes (COP), a nivel mundial, en las que los países miembros deciden sobre temas climáticos.


Veinte años después de la Conferencia de Estocolmo, se llevó a cabo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que pasó a conocerse como Rio-92 o Eco-92. Probablemente los señores mencionados al inicio de este texto recuerden este evento, que tuvo gran cobertura por parte de los medios brasileños. La agenda de esta reunión incluyó los principales problemas ambientales que enfrenta el mundo y la definición de metas para reducir sus impactos. No es casualidad que esta conferencia sea conocida como la Cumbre de la Tierra, dada su importancia para alertar a la comunidad internacional sobre la necesidad de conciliar el desarrollo socioeconómico y el uso de los recursos naturales.


El Protocolo de Kioto fue el primer acuerdo relevante; creado en 1997, entró en vigor en 2005, durante la COP-11 (Montreal) con metas para los países desarrollados de reducir la emisión de gases de efecto invernadero, GEI, no ratificadas por Estados Unidos. Se acordaron objetivos de que, de 2008 a 2012, la Comunidad Europea y 37 países industrializados reducirían las emisiones de GEI en un 5 % con respecto a 1990 y, entre 2013 y 2020, en al menos un 18 % menos que en 1990.


Diez años después de Río-92, Río+10 se realizó para evaluar los avances y reforzar la urgencia de cumplir las metas acordadas en la década anterior, con la participación de cientos de Organizaciones No Gubernamentales (ONG). La agenda discutida demuestra la ampliación del significado y alcance de los temas ambientales, pues incluyó medidas para reducir en un 50% el número de personas que viven bajo la línea de pobreza para 2015, además de discutir sobre saneamiento básico, energía y salud.

En 2009, COP-15 se llevó a cabo en Copenhague, Dinamarca, reuniendo a 193 países para discutir soluciones a los problemas que surgen del calentamiento global. Según los científicos, el planeta sufrirá cambios irreversibles como resultado de los impactos climáticos si la temperatura de la Tierra aumenta en más de 2oC en comparación con el período preindustrial. Los países se comprometen a detener el aumento de la temperatura, lo que significa reducir las emisiones de GEI, y ayudar económicamente a los países más vulnerables al calentamiento global. Estas discusiones dieron como resultado una agenda global de medidas para controlar el calentamiento global y garantizar la supervivencia humana.


Brasil fue sede de otra conferencia: Rio+20 – Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, con énfasis en el concepto de economía verde, es decir, crecimiento económico impulsado por la reducción de gases contaminantes en la atmósfera.


De la COP 21 o Conferencia del Clima de París, celebrada en 2015, resultó el Acuerdo de París, en vigor desde 2020, que extendió los objetivos del Protocolo de Kioto a todos los países. Los países tendrían autonomía para definir metas nacionales de acuerdo a su realidad. Una determinación válida para todos los países partes fue aumentar la capacidad de adaptación, fortalecer la resiliencia y reducir las vulnerabilidades al cambio climático como objetivos.


Cada uno de estos acuerdos implica negociaciones multilaterales intensas y complejas y, luego de su aprobación, cada país debe promover su ratificación, el acto de incorporarlo a su legislación interna. Es interesante notar que el Protocolo de Kioto tardó ocho años en obtener el número mínimo de ratificaciones requeridas por la ONU, mientras que el Acuerdo de París, en unos dos años después de su firma, ya contaba con 147 ratificaciones.


Los esfuerzos por una convivencia menos depredadora con la naturaleza sufren avances y retrocesos. Uno de los reveses más significativos se produjo en 2017, cuando el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumplió su promesa de campaña y el país se retiró del Acuerdo de París. Además, revocó las medidas de su antecesor en cuanto al control del uso de combustibles fósiles. En el mismo año, se llevó a cabo la COP 23, en la que Alemania reconoció que no sería capaz de alcanzar la meta de reducción de GEI establecida para 2020. Brasil, visto como un líder entre los países en desarrollo en las negociaciones climáticas, ya no tiene ese rol, en visión de la agenda del entonces presidente Michel Temer, destinada a atender demandas contrapuestas, de interés para ruralistas y empresarios del sector del petróleo y el gas.


El Acuerdo de París, respetando la libertad de cada país para definir su forma de colaborar con los objetivos, exigió la formalización a través de un documento denominado Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC), en el que cada país demuestra las estrategias que adoptará para reducir las emisiones de GEI. y cumplir con las demás medidas acordadas. Entre otros objetivos, cabe destacar la necesaria cooperación entre todos los sectores de la sociedad como forma de reducir estas emisiones, que los países desarrollados promuevan el desarrollo tecnológico para adaptarse al cambio climático y estén dispuestos a brindar apoyo financiero y tecnológico para que los menos desarrollados puedan cumplir con los objetivos del acuerdo.


A finales de 2021 se llevó a cabo la COP 26, cuyos resultados pueden destacarse: a) regulación del mercado de carbono, aunque por debajo de lo necesario; b) deforestación cero al 2030, destinando US$ 19,2 mil millones - recursos públicos y privados - para financiar medidas de preservación, combate de incendios, reforestación y protección de territorios indígenas; c) China y EE. UU. acordaron trabajar juntos, lo cual es importante, ya que son los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero en el mundo; d) hubo un reconocimiento oficial de que los países en desarrollo necesitan asistencia financiera, tal como se define en el Acuerdo de París, y eso aún no se ha implementado.


Los efectos del calentamiento global son cada vez más visibles. Hemos medido temperaturas desde 1880 y, en los primeros seis meses de 2016, se registraron las temperaturas más altas, con un aumento de 1,3 °C por encima del promedio observado a fines del siglo XIX. Fenómenos como El Niño y La Niña modifican los patrones de viento en todo el mundo, afectando así los patrones de lluvia. La preocupación de Keeling, expresada en 1960, es ya un hecho con la alta concentración de dióxido de carbono que tenemos hoy en la atmósfera (400 ppm), un nivel sin precedentes en la vida del planeta. Y solo una reducción drástica de las emisiones de GEI puede frenar el aumento de esta concentración, es decir, permitir su estabilidad.


En este texto se mencionaron las reuniones y acuerdos multilaterales más relevantes, pero es un proceso de negociaciones multilaterales lo que mejora el marco de medidas. En medio de avances y retrocesos, a pesar de momentos de entusiasmo, la humanidad aún está lejos de vivir de manera respetuosa con el planeta. Los gobiernos tienen un papel fundamental, pero la discusión debe llevarse a la sociedad de manera efectiva y práctica, para que las personas entiendan su lugar en el esfuerzo global del que dependen las generaciones futuras.


Es sabido que tales esfuerzos aún encuentran resistencia en parte de los sectores industriales, lo que hace aún más importante la acción de los gobiernos que puedan adoptar medidas legales que las hagan efectivas y, en esta disputa, la manifestación de la sociedad civil es fundamental para definir la correlación de fuerzas.






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